martes, 12 de julio de 2011

Nuevos poemas

En una antología de poetas andaluces han tenido a bien incluir tres poemas inéditos míos.

http://ensentidofigurado.com/AND-II.pdf

jueves, 30 de junio de 2011

Novedades II

Pruebas revisadas. El libro saldrá finalmente en septiembre.

Mi loca idea es publicar otros tres poemarios en septiembre 2012, 2013 y 2014.

viernes, 3 de junio de 2011

Novedades

-El prólogo que Nacho Vegas ha escrito sobre "Ensayando una Mueca" es emocionante, divertido e inteligente. Ojalá mi libro también lo fuera.

-Todavía tengo que revisar las pruebas del libro, y entonces sabré la fecha definitiva de lanzamiento.

-Sigo escribiendo poemas nuevos, aunque a ritmo de tortuga.

sábado, 14 de agosto de 2010

La autopsia antes de la herida



Al fin, creo que puedo dar por buena la última revisión de "Ensayando una Mueca", esa que enviaré en breve a Vitruvio para que comience el proceso de edición. Todavía no hay fecha oficial de salida, pero la habrá.

Muchos poemas han cambiado. Otros se quedarán en este blog y no pasarán al papel. Lo que sí puedo anunciar es que el prólogo al libro lo escribirá Nacho Vegas. Un honor para mí.

Además, he comenzado algunos poemas nuevos. En 2009 solo escribí cuatro. Y en lo que va de 2010 llevo uno, titulado provisionalmente "El amante fiel". No se puede decir que sea una persona muy productiva, no.

En Vitruvio quieren reeditar mi primer libro, "Luna Hiena" (1998), que está agotado desde hace bastante tiempo. En teoría puedo hacer algunas correcciones, pero al releerlo esta misma mañana me he dado cuenta de que no es rescatable. Pocos poemas se sostienen por sí mismos, es demasiado juvenil y demasiado autobiográfico. Hay que pensarlo bien.

martes, 18 de mayo de 2010

Ensayando una mueca... en papel



Parece ser que los poemas que han venido apareciendo aquí hasta septiembre del año pasado, más algunos que todavía estoy revisando a conciencia, verán la luz en forma de libro (Ediciones Vitruvio) antes de que acabe el 2010. Ciertamente, hoy estoy muy contento. La pena ha merecido la pena al fin y al cabo.

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miércoles, 30 de septiembre de 2009

26. Remolino



El folio sobre la mesa y las palabras que ya no se someten.
Algunas cobran forma, de hoguera, por ejemplo, o de un mapa
con las ciudades en las que hemos sentido miedo, o vivido
un amor por el que Dios va a castigarnos.
Los versos subrayados son ahora lianas
que saltan hacia otros poemas. Hay metáforas
que cavan su propia tumba y se entierran vivas.
Las marcas en color rojo se sacuden la sangre.
Cuando volcamos la mesa todo lo que has escrito
se desliza por un tobogán y ya no volvemos a verlo.

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domingo, 30 de agosto de 2009

25. La vida a pie de página



Das un golpe en la mesa pero el poema no grita.
Escupes sobre el papel pero los versos no fluyen.
Una imagen te invade, como una marea muerta,
y para poder hablar te imaginas desnudo. No se trata
de una pupila siguiendo el tintineo de las palabras.
Ni de alguien que baraja cartas y recuerdos
mientras rezas por una mano afortunada. No.
El aliento llega hasta ti después de haber esquivado
a miles de poetas. En menos de un segundo
has pasado por casas, fiestas, madrugadas,
con la misma dicha, con el mismo brío.
Escribes igual que bailas, inseguro y sin reglas,
masticas cada frase hasta que te duelen las muelas.
Es difícil saber si tus lágrimas son de pena o de alegría.
Estás acostumbrado a ver las cosas de esta forma,
a restituir la carne, las promesas, el verano perfecto
por medio del lenguaje. Porque cada historia
tiene cavidades y rendijas, máscaras vueltas hacia dentro,
su propia historia dentro de la historia.
Porque en silencio, al cerrar una ventana,
puedes verte a ti mismo envejeciendo de repente.
Tus huellas dactilares reviven
en las espaldas desnudas que has amado.
Tus sollozos de dolor, tus radiantes carcajadas
son psicofonías que habitan en sótanos y cuartos
donde una vez no lograste ver tu imagen en el espejo
aunque jurabas estar allí, amando, sufriendo, callando,
en movimiento. Lo cambiarías todo por un verso
que hirviese a una temperatura distinta, que se fundiese
con el pasado y el futuro al mismo tiempo. Piensas
en un nuevo poema y te imaginas levantando pesas
en una final olímpica, o en una cama de hospital
con tubos en la garganta, o tirando el corazón
en el contenedor equivocado. Hay algo que has entendido
después de tantos años. Hay palabras que estallan en los oídos
y respiran por sí solas, y cuando corren por tu brazo
a través de una arteria misteriosa, cuando llegan a tu mano
y se deslizan como cuentas por tus dedos, sientes
que después de buscar algo que no querías encontrar
has encontrado algo que no andabas buscando.

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sábado, 1 de agosto de 2009

24. Testamento escrito en una servilleta



Abro la mano y las agujas de un reloj imaginario
forman decenas de círculos perfectos. En uno de ellos
escucho mi nombre en la megafonía del supermercado:
me he perdido, y mis padres me esperan en el punto de encuentro.
Pero el amor también consiste en separarse
y que la distancia sirva de alimento en un largo viaje,
así que aguanto unos minutos en la sección de juguetes
mirando resplandecientes cohetes y cápsulas lunares,
portaaviones de colores y un cubo traslúcido
que parece una nave alienígena descolgada del cielo.
Luego salgo corriendo por pasillos metálicos
perfumados con tiza y plastilina, enjugándome unas lágrimas
que no han brotado todavía, sabiendo ya que la sangre
vive en la garganta, pero también en las manos y en los labios
de un niño que tiene un mapa de todos los parques
y de todas las piscinas. Era consciente de que el sufrimiento
haría de mí una persona más libre y más fecunda.

Ahora que ya no nos asustan la ceguera o el silencio
y que para aspirar al amor hay que parecerse
al príncipe Lang Ling, de rostro tan dulce
que debía llevar una máscara horrenda
para arrastrar a sus tropas al combate y a la muerte,
ahora que vemos el futuro al abrir un botiquín
mientras nos acariciamos las venas y tragamos saliva,
ahora que llegamos a todas las estanterías y detenemos
el ritmo cardiaco a voluntad, ahora que mis padres
son unos ancianos que a veces me recuerdan
la irremediable voluntad de la sangre
por medio de un lenguaje cuyos símbolos
cambian continuamente y sin que nos demos cuenta,
ahora cierro los ojos y deseo con todas mis fuerzas
que alguien se acerque hasta mí
y me diga: “no tengas miedo, todo ha terminado,
volvamos a casa
”, agarrándome del brazo, difuminando
aquello que me ha convertido en un hombre obligado a prescindir
de la idea de que un día papá y mamá estarán muertos
y que sus cuerpos ya no tendrán otra memoria que la nuestra,
y que entonces cerraré mis manos, apretaré los puños,
y todo dará vueltas en mi mundo y también en el suyo
en un infierno al que llamaremos primero limbo
y luego purgatorio.

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viernes, 24 de julio de 2009

23. De un poema de Eileen Myles



Tiene sombras el pasado, sombras que se arrastran
lentas y confiadas como una cabalgata
en honor de todos los paraísos que has perdido,
dejando atrás serpentinas, botellas y serrín.

El tiempo ataja a través del tiempo, juega contigo
al escondite, cuenta hasta el final, y te encuentra
debajo de la cama o metido en un armario
acurrucado como en el interior de una ballena.

Los cuerpos no perdonan, tu ángel de la guarda
se ha escapado con tu novia, y eres uno de esos hombres
que saben que el cielo y el infierno son los otros,
fantasmas que te observan desde todos los espejos.

Tus versos tienen el ritmo de una música apagada
y enciendes cada poema con la colilla de un recuerdo.
Lees palabras que te deslumbran como flashes
y luego te parecen velados negativos del futuro.

Todo está escrito y con la misma escritura.

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sábado, 11 de julio de 2009

22. Solución final



Esto no es un poema. O al menos no es un poema
sobre otro poema en el que escribes
sobre la imposibilidad de escribir. Esto es la única salida
después de tantos atajos y pasos en falso.
Cada frase cruje como esos calcetines
con los que se masturban los viejos en los asilos.
Cada frase parece la primera pero también la última,
un collar hecho con palabras que ya no cuentan,
palabras que una vez te suspendieron en el aire
como en el clímax de un ahorcado
pero que ahora te aferran al suelo y a la tierra.
¿Cómo decir “ya no te quiero /
pero siempre te querré”
en dos versos
que encierran toda la verdad
y luego arrojan la llave al abismo? ¿Cómo escribir
“todo ha terminado igual que empezó” para después borrarlo
y convertirlo en la letra pequeña que se consume sola
cuando pasamos página? Has guardado el amor
como billetes dentro de un pañuelo, dentro de un colchón,
lleno de escamas y la cocaína de todos los dedos
y todas las narices que han pasado por ellos. Y ahora,
el amor es el árbitro de un campeonato de esgrima en silla de ruedas.
El amor es un imán con una foto nuestra en la nevera.
Un juguete olvidado que meses después de Reyes
recobra la vida con un par de pilas nuevas
y se mueve por toda la casa
agitando los brazos y tropezando con todas las paredes.

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viernes, 10 de julio de 2009

21. Precuela estrenada en vídeo.



“...Y cualesquiera que sean los ríos en los que buscamos nuestro reflejo
nos vemos a nosotros mismos sólo cuando nos damos la vuelta”.

Henrik Nordbrandt


Las segundas partes nunca fueron buenas, eso ya lo sabíamos
antes de volver a encontrarnos en nuestra playa de entonces.
Hay tantas cosas que tenemos que contarnos
que acabamos sentados sobre unas viejas llantas
observando las mismas dunas de aquel verano juntos.
Es una mañana clara y tranquila. El viento juega con tu pelo.
Llevas gafas de sol, el camuflaje de quien se ha hecho inaprensible.
He tenido muchas novias desde entonces y me he acostado
con chicas que me han hecho cambiar la percepción del mundo
filtrando mis deseos como buscadores de oro en una ribera.
Tú has creído encontrar un verdadero amor
que sustituya al verdadero amor y de la experiencia
te queda un tumor benigno brillando en la palma de la mano,
interminables instantes rodeados de piernas y muñecas,
y el “aprenda las claves del dolor en dos semanas”.
Algunos cuerpos han erosionado nuestros cuerpos,
creando en nuestras almas formas de silenciosos tonos ocres,
planicies tristes, tierras deshabitadas y barrancos
desde los que esos mismos cuerpos se arrojaron.
Hace calor, se oyen a lo lejos sirenas de ambulancia,
fragor de maquinaria pesada, el centro de gravedad
de muchas otras vidas. Seguimos sin hablarnos pero los dos sabemos
que lo nuestro se ha convertido en una eternidad insalvable,
y que por mucho que me empeñe en escribir poemas
que hablan de dignidad y supervivencia, de glaciares y desiertos,
trasteros y entresuelos, y que por mucho que tú escribas
sobre esa vida que te empeñas en vivir
atravesando el infierno a cada instante, los dos sabemos
que cualesquiera que sean los rostros en los que nos busquemos
nos vemos el uno al otro cada vez que nos damos la vuelta.

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martes, 30 de junio de 2009

20. Leviatán



Eran cerca de las nueve. El sol entraba por la ventana
iluminando erizados rastros de polvo en el aire.
Merecía la pena regresar de la frágil duermevela
para sentir en el pecho la calma de las cosas,
objetos que le recordaban viajes no emprendidos
y poemas en los que la vida era mencionada de pasada:
la sopa de letras en la que intentó reconocerse
escribiendo algunos versos incoloros e indoloros.
Se drenaba el silencio en un papel en blanco,
y del amor al odio había un halo de niebla. Más tarde
su mirada daba vueltas por el cuarto. En su cabeza
creía estar disecando un alfabeto nuevo, palabras que a veces
surgían de alguna emoción con apellidos
o de un recuerdo tangible y transparente
y no de la fría escarcha de la creación que nada siente.
Al escribir ya no ha de perderse por frondosos bosques
o hundirse en fallas profundísimas, y sabe
que las vidas empezadas ya no importan,
borradores y espejismos de emboscadas y tinieblas
de cuando vivía a costa de un dolor que se filtraba
al hacer que lloraba o apretaba los ojos para llorar más.
Ahora nota el mecanismo que alienta el corazón
y puede dejarlo tibio y postergado,
como una caja negra que se activa a voluntad.
Tiene que dar gusto saber matar tus monstruos interiores,
pero también resucitarlos en medio de un poema.
Que el animal dormido y la fruta corrompida
tengan tan poca sangre como un humilde bodegón.
Siempre lo ha sabido: aquel día en el que le prendió fuego
a sus viejos papeles para empezar a llenar otros
de nubes incandescentes y herméticos paisajes
fueron los más felices. En ellos anestesió su muerte.

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viernes, 19 de junio de 2009

20. Lo más profundo está en la superficie



Te has puesto la blusa de tu esposa y su collar de perlas
para que esto parezca irreversible.
No soy nadie de quien la muerte pueda separarte,
pero la vida tampoco se ha esforzado mucho
hasta este momento en el que te has afeitado el pecho
y lo has cubierto de cremas y lociones
que encontraste en su mesilla de noche. Ahora
te estiras en la cama, sonriendo,
y yo tengo miedo de encender la luz y mirarte a los ojos.
Tu cuerpo está caliente, como un sofá
en el que me acurrucase muerto de miedo
después de que te hayas levantado.
Querría estar borracho para poder perderme esto,
pero mi boca pronuncia perfectamente tu nombre.
¿Cómo has tardado tanto en darte cuenta?
El deseo tiene cavidades en las que la luz no entra.
Esta noche está pasando rápidamente para los dos,
y el tiempo deja su estela en la piel más pálida,
en charcos de sombra donde tú y yo no existimos.
Incluso estando desnudo intento imaginarte desnudo,
aunque por ello sufra doblemente.
Cuando acercas tu boca a mi cuello
pienso en ramas que se agitan, en árboles cortados
y troncos muertos navegando a la deriva.
Yo no creo en ti y tú tampoco crees en mí,
pero estos huesos son indistinguibles de la carne
y esta carne tiene corrientes subterráneas
que no siguen el dictado de ningún Dios,
de ninguna esperanza. “Te quiero”,
dicen unos labios pintados. “Te quiero”, dicen otros,
tras una descarga eléctrica. Y entonces los dos sabemos
que ha llegado el momento de respirar juntos
el uno encima del otro encima del otro
con la fuerza del que grita y extiende las alas
cuando se le niega el eco al decir “adiós”,
o “hasta nunca”. Pasamos los minutos hablando
con un alfabeto nuevo que intentamos descifrar.
Al levantarnos parecemos dos planetas
que huyen del firmamento. Dos niños que esperan
que alguien les lleve a casa y que se acabe el juego.
Al fin, vuelves a ser dueño de ti mismo,
de tu piel que tiembla y de tu sexo encogido,
y te miras al espejo, y ves un rostro camuflado en otro rostro,
los ojos de haber dormido nueve años, los hombros
marcados por dientes y colmillos. Y pienso:
esto no es lo que parece. Puedo explicarlo todo.

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martes, 9 de junio de 2009

19. Variación de un poema fechado en diciembre de 1926



Una tarde de verano y un muchacho
que pide en el vagón del metro
unas monedas porque tiene hambre, dice,
y hace horas que no prueba bocado.
“Hasta aceptaría algo de comida”, dice
desde el mismo centro del estómago.
Tus ojos fijos en las úlceras de sus tobillos,
en sus dientes como piezas de máquina de coser,
y luego en su boca cuarteada por el sol
y en sus uñas negras de haberlo escarbado todo.
“Por el amor de dios”, dice, mientras
pasa su mano como una bandeja
y desviamos la mirada hacia un mundo
que no es el suyo pero tampoco el nuestro,
y cambiamos de conversación, y de Dios,
y enhebramos el pensamiento por una salvadora aguja
que nos devuelve a nosotros mismos
mientras las puertas del vagón se abren y se cierran
como las de un centro comercial
donde todo se devora y las pasiones son reflejos
de otras pasiones fósiles. ¿Y si yo fuera
este muchacho? ¿En qué atajo nos hubiésemos encontrado
tú y yo? ¿Qué serías entonces para mí?
¿Te habría visto jamás en algún pasillo del metro,
en alguna parada, encorvado en medio de la calle,
bebiendo agua de lluvia con mis zapatos rotos
y las ropas sucias y arrugadas,
viviendo nuestras vidas, o lo que fuese de ellas?

En tus sueños me he cortado el cuello muchas veces.

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domingo, 7 de junio de 2009

18. Balada sobre la distancia



El cuerpo a cuerpo en el lugar de la despedida
consiste en estudiar a un enemigo que ya saluda
desde una futura foto de si mismo. Al abrir las manos
somos dos árboles que nunca podrán abrazarse
salvo en un instante a mitad de una tormenta.
Dices que vas a enredarte
en las telas de araña de todas nuestras esquinas,
a derruir los puentes y secar los ríos
en los que encontramos una belleza tenebrosa.
Dices que todo lo que sabes cabe en un poema,
palabras que te absorben desde dentro
y prenden en tus dedos al leer. Dices todo lo que dices
cada vez más lejos, como un país
que cambia de capital en medio de una guerra,
o un vigilante nocturno al fondo de un pasillo.
Y al verte desaparecer hago crujir las palmas de mis manos,
bato unas alas que ya no existen,
y trago toda la saliva que voy a llorar
cuando derribe todas tus estatuas
en el mismo preciso instante en el que cambia la historia.

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viernes, 5 de junio de 2009

17. La hipótesis del recuerdo



Eras exactamente como te recuerdo: durmiendo
un sueño poco profundo sobre una cama de hierro,
hambrienta de oxígeno tras una pelea a muerte,
con la boca torcida y los ojos flotando en el aire,
arrancándote la piel para poder verte por dentro.

La inspiración para hacer versos buscaba entonces
cuellos balanceándose en una hilera de alambradas,
buscaba una voz humana dentro de la lengua,
el testimonio del sexo en el crujido de otro sexo:
escribir era exhumar el cadáver de un enterrado vivo.

En aquel submundo no cabían espacios interiores
ni párpados iluminados por un sol a retazos;
tampoco los labios contraídos del que siente
la sangre en movimiento en medio de un poema
o ve en el horizonte algo más que una metáfora.

La hipótesis del recuerdo es el cielo de Madrid
en 1997 o la luna de Londres diez años antes,
monstruos marinos en las lagunas de la memoria,
misteriosas especies que parecen venir de otro universo
y de otro tiempo en el que ya no existimos

salvo en un papel del grosor de cien mil olas
agitándose en el libro que jamás podré escribir.

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domingo, 24 de mayo de 2009

16. Poema no deseado



Es parecido a despertar de un largo sueño en la playa,
con los párpados chamuscados y salitre entre los dedos.
Los rayos del sol caen como polvo de mármol, y en tu cabeza
alguien rema a contracorriente erizando las olas,
cataratas que te nublan la mirada con pensamientos anteriores,
rostros rígidos, lágrimas en un tarro de cristal.
Se trata de siete años perfectamente alineados
que transcurrieron como un fluido engranaje
de la mandíbula a la médula y de la sangre a la piel.
Y de cómo una tarde, en una fracción de segundo
en la que cerraste los ojos para no ver pasar tu vida
como desde un microscopio en el interior de un telescopio,
lo supiste: el tallo sinuoso, la membrana obediente
la extremidad que te mantenía rigurosamente en tierra,
se rompió. Las palabras te obedecen al escribir
la última carta: “hemos sido tan felices”, y luego
“menuda conmoción”, palabras lisas y perfectas,
que cortan como si surgieran de las uñas, sin pulso, sin estrías,
con el eco estático e inmóvil de quien pretende
dominar el dolor por medio de las sílabas.
Luego vendrán los versos clavados a un cuchillo
y expuestos a la lumbre. Los poemas donde dibujarás
el mapa de carreteras de tu vida, sus atajos y cunetas
más allá de los insectos que iban a morir al parabrisas.
Y pensarás: podría amarte si volviera a aquel momento
en el que comencé a odiarte. Podría haber cambiado
algo insignificante de sitio y que todo encajara, emplear
garras o vértebras para convertir la vida
en un monumento a la vida. Y entonces te verás
limpiando una escopeta durante siete años.
Te verás abriendo un pescado crudo y sintiendo asco.
Te verás haciendo el amor bajo un trozo de tela.
Te verás al cerrar los ojos, y también al abrirlos
leyendo hacia atrás como en un espejo.

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15. Criptonita



Todo aquello de lo que es capaz el tiempo: condenarnos a repetir
una historia dolorosa, convertir un cuchillo en otro espejo,
acabar con civilizaciones y ciudades, corroer sueños y alianzas,
no puede hacerte daño. Ahora estás en Lisboa
y hay un poema que te quema la garganta
cuando tragas saliva, o al quedarte sin resuello
tras una larga caminata, masticando una metáfora
líquida y fibrosa como una muestra de médula. Es un dolor
que siempre has relacionado con fragmentos de tu vida
en los que te levantabas sudando en mitad de la noche,
y luego podías aferrarte al mismo sueño a voluntad
con sus paisajes y sus rostros pegados a la almohada
como erizos venenosos. Tenías quince años, o veinte
y te bastaba el desgarro voraz de las palabras
para venirte abajo desde el punto más alto. Ahora
cierras los ojos y eres indestructible, abres los ojos
y eres indestructible, te precipitas por una oxidada barra
al agua estancada de ti mismo: restos de deseos,
borradores ilegibles y envoltorios de recuerdos;
y es como si escuchases el mecanismo que lo activa todo,
los sonidos subyacentes, los órganos hinchándose,
el rumor de la sangre corriendo por arterias y venas,
el aliento anónimo que se cuece en la memoria
y el pulso en el cuello de todo aquello que amaste
y convierte ahora el futuro en conciencia del pasado,
y te sientes como un soldado que acabada la guerra
no tiene aún noticias de la derrota
y sigue pintándose la cara para evitar ser capturado
por un enemigo que ya no existe. Es entonces
cuando tu mano se acerca al papel y tus dedos son arácnidos
al escribir cada palabra como si fuera la última.

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miércoles, 20 de mayo de 2009

14. Tatuaje sobre cicatriz



En algún momento dejaste de ser
los puntos suspensivos a los que estaba abocado
para convertirte en un punto y coma en mi vida.
El tiempo ha pasado para mí, pero tú has esquivado
seis años que han sido el cielo y el infierno,
los anillos de un árbol devorado por la plaga,
noches rezando para que Dios se hiciese cargo
de pecados que pasaban entre mis oídos
como una guadaña segándome el alma.

La parte de mí que prefieres es la parte de mí
que odio con todas mis fuerzas, la que intentó
ahogar los recuerdos mirando hacia otro lado,
la que quería sacarse los ojos antes que llorar
y pensaba que un poema era el modo de prolongar
el reflejo de algo que se desvanece por completo.
Verte ahora es como estar frente a un espejo deformante,
y mientras te arranco la ropa imagino
un futuro a tu lado distinto a un futuro sin ti.

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miércoles, 6 de mayo de 2009

13. Recordando a través de la nariz



Al cerrar los ojos
casi puedo sentir el aroma
de los dientes de león
cubriendo mis manos,
un pinchazo en la nariz
y en las muñecas, y en la punta de los dedos.
En esa época de mi vida
la familia era mi única historia,
y yo el miembro de pleno derecho
de un club en el que el amor
superaba la velocidad de la luz y del sonido.
Descalzo por las tardes, siempre andaba
en busca de algo importante
(un trébol, conejos, el tesoro
escondido por piratas…), persiguiendo
la estela de un futuro
que se me resistía, y terminaba siempre
frente a unas vallas
levantadas el mismo año
en el que vine al mundo.
Aquí y ahora el viento trae el olor
de aquella barbacoa,
y del sudor de mi padre
agitando los brazos sobre la parrilla,
preparando las hamburguesas
que yo engulliría después de tanto esfuerzo,
cansado de mis aventuras como piloto,
o astronauta, o Superman.
Cuando mi madre gritaba
“es hora de dormir”, yo obedecía
con la misma languidez
de aquellos días en los que las noches
imitaban la velocidad del jarabe
en la boca de un enfermo—
tan intenso que todavía puedo saborearlo
en mi lengua cuando llueve.
Y si abro los ojos, estoy seguro
de lo que vería
reflejado en el espejo:
yo con un diente de león en la mano,
la cara manchada de arena,
un alfabeto adolescente
de sílabas robadas
y la ciega esperanza
de seguir vivo otros mil años
en un mundo que siempre amenaza
con extinguirse para siempre
y detener el tiempo.

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jueves, 30 de abril de 2009

12. Rueda de reconocimiento



Duele como también dolía
fijar la vista en la puesta de sol
que arqueaba el horizonte de tus veinte años:
estrellas perforadas, cables telefónicos, astilleros muertos
y todos aquellos escombros como dientes deformes
repartidos por las habitaciones de tu mente.
Los primeros poemas no supieron detener el tiempo.
En el papel vacío se ahorcaban las metáforas,
y cada verso iluminado, cada rostro oculto
en la cara oculta de la tinta parecía surgir
de la vibración muda de una incubadora. Te dijiste
que habría que buscar la vida en otra parte,
y también la muerte.

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viernes, 17 de abril de 2009

11. Ejército diezmado



El pasado ya no inunda tus ojos como antaño:
la simiente de aquellos días, el deseo
que levantaba de la nada firmamentos y horizontes,
aquella poesía como medida de todas las cosas
y todas las personas obligadas a salvarnos
murieron por exceso de luz como hierba reseca.
Al escribir te sentías el primer vampiro del mundo
tentado por el suicidio. En tus dedos guardabas
piedras que se desintegraban al contacto con la luz,
pecados que eran la llave de hondas heridas voraces,
cuerpos devorándose a sí mismos en medio de la noche
y de tu cuarto a oscuras. El pasado ya no es la escala
de tu tiempo: has construido muros, pasadizos, hemisferios,
un foso repleto con las criaturas que te amaron
cuando el hambre era parte de la misma escritura,
y has olvidado los rituales que conducen hacia dentro,
las brújulas de pulsera creadas por tus propias manos,
todas las palabras que se alejan de las manecillas del reloj
por miedo a ser repetidas en el momento equivocado.

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miércoles, 8 de abril de 2009

10. Beatriz en Westgate Road



Reconstruyo el poema empezando por el final. Luego
sigo las líneas punteadas hasta el primer verso. No se trata
de devolverlo a la vida mediante un masaje cardiaco,
o de escribir “nosotros” donde antes decía “ellos”,
ni de una honda mirada que salga a la superficie
como una batisfera. Es 1989 y corro bajo la lluvia
de regreso al hotel. Esquivo los charcos y aprieto los dientes
bajo un cielo jalonado de lianas eléctricas.
Estamos en un Londres al que nunca he regresado
aunque he vuelto muchas veces, y en un décimo piso
dibujas nuestros rostros en la pared blanca
buscando la sombra perfecta, un encuadre
que dé sentido a tus dedos cuando entre sin llamar
y aterido me desplome en una cama
que imita el movimiento del mundo al unirnos por los hombros
como un puente colgante. En una de tus cintas
aparezco sosteniendo una toalla. Cierro los ojos y me río,
y extiendo un brazo hacia una ventana, como si la noche
se metiese por una de mis mangas hasta rodearme por el cuello.
Estoy medio desnudo pero me siento a cubierto. Rezo
para que todo siga igual durante mucho tiempo,
un libro abierto sobre otro libro que jamás terminaremos.
Rezo como solo puede rezarse a los veinte años,
o a los ochenta, cuando te desgarran por dentro
cosas sin importancia demasiado importantes,
y todo lo que tienes son glándulas y enzimas,
una fe inquebrantable en las estaciones futuras,
en versos y metáforas como líneas enemigas
en una mano que aún no sabes descifrar.
Releo el antiguo poema, y luego su versión de ahora,
y comprendo que han cambiado pocas cosas:
la yugular del amor sigue latiendo sin freno
tras una herida oculta por la misma piel de entonces.

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sábado, 14 de marzo de 2009

9. Cuadrícula



Me siento responsable de este poema
en el que tu lengua enmudece y mi boca
besa la ventana desde la que observas el horizonte
al terminar una estrofa. Cada verso esconde
una mentira cuidadosamente indestructible.
En las palabras habitan dedos que se desintegran
al contacto con la vida. Soy invisible
al darte un papel en el que recorres
renglones rebosantes de ecos y presagios
siguiendo con tus ojos las huellas dactilares
con las que podrás volver al punto de partida.

Al caer la noche te ofrezco de nuevo
versos que ya no retroceden,
sílabas resbalando por cejas y pestañas
en las que crees hallar esa intimidad
que resplandece unos segundos y después se esfuma.
Dices que este poema nunca nos hará justicia.
Dices que el futuro late con el ritmo adecuado.
Dices que hay que pasar una esponja por cada metáfora
para saber lo que siento. Y dices finalmente
que te sobra amor como para que todo esto
habite en un poema y también en la boca de un púgil
que perdió sus labios por hablar demasiado.


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viernes, 6 de marzo de 2009

8. Hasta la primavera



Hay palabras que se saborean mejor
cuando encuentran la boca adecuada.
En este banquete que esperamos durante meses
las lenguas se encrespan en la noche líquida
al morir el invierno.
En la cocina que fue de nuestros padres
la luz se transforma en almíbar,
el dulce fulgor de meriendas pasadas
viviendo aún dentro del frigorífico,
y también en el horno en el que una vez
devolvimos a la vida a un pájaro enfermo
durante unos minutos.
Nos quedamos dormidos
soñando con cosas triviales,
imágenes de un universo para siempre en orden:
petirrojos, tulipanes, hojas de árboles
cayendo en el patio. Nuestras sombras
como figuras dibujadas con tiza
en la escena del crimen.
Antes de que nos demos cuenta
la apilada leña del pasado
se vuelve más ligera. Es un abrazo húmedo
mientras masticamos su pelo,
una maraña musgosa
hasta que no quedan más que las migas
de la Primavera en nuestros labios,
un alimento que nos llena tanto
que ya no comeremos hasta el año que viene.


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viernes, 27 de febrero de 2009

7. Autodestrucción



El corazón como un tiburón agonizante
rodeado de delfines que se ríen de él y le recuerdan
que una vez fue fuerte y sanguinario. El hijo
que jamás tendremos y los padres
que nunca lograremos ser. Sangrar
en medio de la noche al soñar con drogas y con sexo.
Mi Dios vive en todas las estaciones, en cada baile
y en cada gota de esperma, en todos los calendarios
y todas las fotos en las que he sido carne
que daba o recibía como un animal joven
que posa con una sonrisa en los labios
antes de que sus huesos sean descubiertos
y este poema sea un himno entre cazadores.


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jueves, 26 de febrero de 2009

6. El pueblo sumergido de Richard Ford



Ha escrito que “no nos hacemos adultos del todo
hasta que sufrimos una gran pérdida
”, quedándose sin aire
como si saliera del profundo pozo de sí mismo
con un cuchillo oxidado entre los dientes
y un sabor a sangre en el reverso de la lengua.
Pero en la mirada del poeta no hay nada; ni enigmas,
ni vestigios de otros mundos, ni los símbolos
del verbo o del recuerdo. Pisa la tierra y agita sus manos
como si fuesen las extremidades de un fantasma,
abraza espaldas en las que adivina futuras cicatrices,
tatuajes que acreditan una cartografía de emociones,
y emplea metáforas como conchas de piedra
en las que se escucha a sí mismo dentro de unos años
limpiando una escopeta o poniendo un papel en blanco
bajo el microscopio. Todo le empuja
al mismo destino sin rumbo: descifrar las palabras
según un código enemigo para luego ordenarlas
movido por oscuras consonancias
antes que su memoria se convierta
en una gigantesca ola que lo engulle todo,
la madera seca, la vida en movimiento,
los cuerpos aún calientes en un vacío sin fondo,
y transforme su pasado en un pueblo sumergido
bajo la muda vibración del tiempo y el espacio.


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sábado, 21 de febrero de 2009

5. Ensayando una mueca



“Ya no lo veo”, dice
al clavar su mirada
en el centro del espejo,
buscando entre ojeras y maquillaje
durante un buen rato. Luego se resigna.
De nuevo lo ha perdido. No la mirada
densa y encendida,
no las marcas del tiempo
en párpados y encías,
tampoco los rastros del amor
vivaces aún entre las pestañas,
ni las cejas chamuscadas
de leer poemas o besar tantas bocas.
No, nada de eso. Lo que ha perdido
va mucho más allá,
está mucho más lejos.


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viernes, 20 de febrero de 2009

4. Bandejas de ratones de laboratorio



La hoja del árbol, al caer, corta unas manos entrelazadas.
Él dice: dadas las circunstancias, este cielo perforado,
estas briznas de hierba, los adornos que el silencio
dibuja en tus pestañas, la saliva y el oxígeno
que compartimos, es lo mejor que podría sucedernos.
Van y vienen canciones como fantasmas de paso.
Ella dice: uno de nosotros va a traicionarnos. Su otra mitad
tiene los ojos cosidos, bancos de arena en los párpados,
hollín entre los dientes cuando pronuncia su nombre.
Ella y él piensan: nada va a salvarnos. Es verdad
que el tiempo parece detenerse cuando se dicen adiós,
caminan unos pasos y después vuelven atrás
para abrazarse unidos por la boca y el estómago
acuchillando el aire en la espalda del otro.
El tiempo les tiene en su punto de mira
en escaleras y pequeñas plazas con charcos en el suelo,
besándose a escondidas en paradas de autobús,
barridos por el viento en portales y en rellanos.
Solo entonces el tocar no evoca nada y comprenden
que faltan muchas letras en el alfabeto de sus rostros,
fisuras en sus palabras de alegría vertiginosa,
recuerdos que crujan en sus manos como insectos vivos,
balas silbando sobre la cama iluminada
en la que víctima y verdugo entrarán en razón.

Todavía no es otoño,
y el verano tiene salida de incendios.


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3. El hueco


“...pulsing like slow amphibian hearts”
Margaret Atwood


A veces, al jugar al escondite,
el muchacho que ha de dar caza a sus amigos
también se oculta, excitado por un miedo
que late en sus sienes y que le impide
distinguir entre sueño y realidad,
y durante unos minutos todo queda en silencio,
un eco sin voz en medio de la tarde.
Años más tarde ese muchacho, ya adulto,
busca por rectas y esquinas aquellos escondrijos
imaginando que en un instante
su mirada se tiñe de rojo al encontrarse
en armarios y en muros, en huertos y baúles,
con un pasado que subsiste
como el corazón de un anfibio
gracias a un gélido y prolongado reflejo.


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