
“Ya no lo veo”, dice
al clavar su mirada
en el centro del espejo,
buscando entre ojeras y maquillaje
durante un buen rato. Luego se resigna.
De nuevo lo ha perdido. No la mirada
densa y encendida,
no las marcas del tiempo
en párpados y encías,
tampoco los rastros del amor
vivaces aún entre las pestañas,
ni las cejas chamuscadas
de leer poemas o besar tantas bocas.
No, nada de eso. Lo que ha perdido
va mucho más allá,
está mucho más lejos.
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