domingo, 24 de mayo de 2009

16. Poema no deseado



Es parecido a despertar de un largo sueño en la playa,
con los párpados chamuscados y salitre entre los dedos.
Los rayos del sol caen como polvo de mármol, y en tu cabeza
alguien rema a contracorriente erizando las olas,
cataratas que te nublan la mirada con pensamientos anteriores,
rostros rígidos, lágrimas en un tarro de cristal.
Se trata de siete años perfectamente alineados
que transcurrieron como un fluido engranaje
de la mandíbula a la médula y de la sangre a la piel.
Y de cómo una tarde, en una fracción de segundo
en la que cerraste los ojos para no ver pasar tu vida
como desde un microscopio en el interior de un telescopio,
lo supiste: el tallo sinuoso, la membrana obediente
la extremidad que te mantenía rigurosamente en tierra,
se rompió. Las palabras te obedecen al escribir
la última carta: “hemos sido tan felices”, y luego
“menuda conmoción”, palabras lisas y perfectas,
que cortan como si surgieran de las uñas, sin pulso, sin estrías,
con el eco estático e inmóvil de quien pretende
dominar el dolor por medio de las sílabas.
Luego vendrán los versos clavados a un cuchillo
y expuestos a la lumbre. Los poemas donde dibujarás
el mapa de carreteras de tu vida, sus atajos y cunetas
más allá de los insectos que iban a morir al parabrisas.
Y pensarás: podría amarte si volviera a aquel momento
en el que comencé a odiarte. Podría haber cambiado
algo insignificante de sitio y que todo encajara, emplear
garras o vértebras para convertir la vida
en un monumento a la vida. Y entonces te verás
limpiando una escopeta durante siete años.
Te verás abriendo un pescado crudo y sintiendo asco.
Te verás haciendo el amor bajo un trozo de tela.
Te verás al cerrar los ojos, y también al abrirlos
leyendo hacia atrás como en un espejo.

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