jueves, 19 de febrero de 2009

2. La venda antes de la herida



Estamos en medio de un poema de finales de 1971.
Mi padre camina sin rumbo fijo
por un mundo de rectángulos de acero,
lugares vacíos y vísceras blindadas. Mi padre se siente
como una caja de ruido, y en su cabeza hay palabras
que conocen el lenguaje de la vida y de la muerte,
escenas de caza en desfiladeros yermos, rostros
que se cruzan a esa velocidad que convierte el futuro
en un fulgor oscuro. Mi padre asiente mentalmente
y clava sus uñas en las manos, cierra los puños
como si su propia sangre pudiera llevarle
más hacia sí mismo, llenar estas horas
en las que le acosa el tiempo, y el tiempo le pide
que se rinda, y él lo hace sabiendo
que dentro tan solo guarda violencia organizada.
Mi padre escribe un poema que dice “Todo comienza por el final...”
y es como si echase su alma a la corriente
y ésta le emplazara de nuevo a la orilla.
Mi padre arruga el papel y vuelve a extenderlo.
Lo rompe en cuatro partes y luego en ocho.
Se tapa los oídos. No ha encontrado el sonido perfecto,
ese tambor metálico que nota en sus sienes
cuando cada verso responde con otra pregunta
que no tiene respuesta, y cada metáfora
le agarra por el cuello y erosiona su lengua
hasta que puede sentir cada átomo, cada célula,
el pulso de un pétalo en el centro del cerebro.
Y es entonces cuando mi padre, todavía un joven
de abandonados labios que ignora mi existencia,
se levanta, estira las piernas,
y traza una línea de sombra al doblar una esquina.


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1 comentario:

  1. Me gusta el juego de planos, el poema sobre el poema sobre el poema, los reflejos, lo que se abre y se cierra. Magnífico, Jesús, estoy encantado. Un abrazo fuerte.

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